NELSON MANDELA
Gran líder y sobre todo genio de la reflexión. Quisiera recordar por siempre dos hecho importantes de su vida.
Mandela tuvo un poema escrito, y lo leyó a si mismo durante los 30 años que estuvo en la cárcel para no perderse en el delirio y mantenerse a si mismo constante.
En la noche que me envuelve,
negra, como un pozo insondable,
doy gracias al Dios que fuere
por mi alma inconquistable.
En las garras de las circunstancias
no he gemido, ni llorado.
Ante las puñaladas del azar,
si bien he sangrado, jamás me he postrado.
Más allá de este lugar de ira y llantos
acecha la oscuridad con su horror.
No obstante, la amenaza de los años me halla,
y me hallará, sin temor.
Ya no importa cuan recto haya sido el camino,
ni cuantos castigos lleve a la espalda:
Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma.
negra, como un pozo insondable,
doy gracias al Dios que fuere
por mi alma inconquistable.
En las garras de las circunstancias
no he gemido, ni llorado.
Ante las puñaladas del azar,
si bien he sangrado, jamás me he postrado.
Más allá de este lugar de ira y llantos
acecha la oscuridad con su horror.
No obstante, la amenaza de los años me halla,
y me hallará, sin temor.
Ya no importa cuan recto haya sido el camino,
ni cuantos castigos lleve a la espalda:
Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma.
Luego, con el fin de unir al país con motivo de la Copa Mundial de Rugby de 1995,
Mandela le escribe el poema al capitán de la selección surafricana, antes del comienzo del campeonato, un extracto de un discurso de Theodore Roosevelt, "The Man in the Arena"
'No es el crítico quien cuenta; ni aquellos que señalan como el hombre
fuerte se tambalea, o en qué ocasiones el autor de los hechos podría
haberlo hecho mejor. El reconocimiento pertenece realmente al hombre que
está en la arena, con el rostro desfigurado por el polvo, sudor y
sangre; al que se esfuerza valientemente, yerra y ' da un traspié tras
otro pues no hay esfuerzo sin error o fallo; a aquel que realmente se
empeña en lograr su cometido; quien conoce grandes entusiasmos, grandes
devociones; quien se consagra a una causa digna; quien en el mejor de
los casos encuentra al final el triunfo inherente al logro grandioso; y
que en el peor de los casos, si fracasa, al menos caerá con la frente
bien en alto, de manera que su lugar jamás estará entre aquellas almas
frías y tímidas que no conocen ni la victoria ni el fracaso.
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